El transporte público y yo

abril 7, 2008

Once de la mañana. Tomo el colectivo para llegar a la facultad y media; iluso de mí confiar en que el transporte público va a ser útil para llegar a tiempo. Pero, optimista, me dispongo a esperarlo.

Once y diez, y el colectivo no llega. «Ya vendrá, a lo sumo llegaré cinco minutos tarde a clase», pienso. Pasa 15 minutos después. Al fin.

Lo gracioso de tomarse el colectivo cuando estás llegando tarde es que para en todas las paradas, que obviamente están llenas de gente (turistas que no hablan español incluídos);y al colectivero le llega un mensajito -muy oportuno- y detiene unos segundos más el colectivo para ver de quién es. Segundos que en ese momento son muy valiosos.

Once y media, y yo arriba del colectivo. Llego a la parada; corro corro corro, llegué a la facultad.

Y resulta que la clase de Filosofía estaba llena y podía tomar la misma clase mañana a la tarde. Eso es tener suerte.


Nuevos riesgos urbanos: el «peatón tecnológico»

febrero 11, 2008

El nombre Sean Weber poco dice a un lector común. Sin embargo, su muerte constituye el caso extremo de un nuevo fenómeno que preocupa cada vez más a las autoridades de algunas de las ciudades más pobladas del planeta: el peatón tecnológico, esa persona que camina por las calles conectada al mundo pero, paradójicamente, aislada del entorno que la rodea, al punto de convertirse en un verdadero peligro.

Weber era un joven norteamericano de 23 años que hace un año murió atropellado por un auto en el distrito neoyorquino de Brooklyn. Según trascendió, otro peatón que circulaba por la zona intentó advertirle, a los gritos, que un vehículo se aproximaba, pero Weber no lo oyó; estaba inmerso en la música de su iPod.

Su caso no es único. Entre septiembre de 2006 y enero de 2007, por lo menos otras dos personas murieron en Brooklyn por cruzar la calle distraídas por el uso de un aparato electrónico.

Estos casos llevaron al senador demócrata Carl Kruger a presentar, en febrero de 2007, un proyecto de ley que proponía multar con 100 dólares a todos aquellos peatones y ciclistas que cruzaran las calles de Nueva York utilizando un reproductor de MP3, un celular, una agenda electrónica o un videojuego.

«El gobierno tiene la obligación de proteger a la ciudadanía», alegaba en ese entonces Kruger para justificar su propuesta. «Estos dispositivos electrónicos no sólo son endémicos, sino que además están creando una importante crisis de seguridad pública. Lo que está sucediendo es que cuando la gente presta atención a su iPod, Blackberry, celular o videojuego camina contra ómnibus o autos», explicaba.

La propuesta, considerada excesiva por sus críticos, no prosperó. Pero el debate en torno al «peatón tecnológico» y los peligros que éste conlleva se instaló con fuerza no sólo en Estados Unidos, sino también en varios países del mundo.

El foco pasó así del riesgo del uso del celular entre los conductores al riesgo del uso de los teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos en peatones y ciclistas.

El problema de estos aparatos tecnológicos en la vía pública es que distraen a quienes los usan. Y, según coinciden expertos en seguridad vial, la falta de atención es un factor de riesgo muy alto. El peligro potencial, de hecho, ya quedó plasmado en una ley en Croacia, donde quienes son sorprendidos caminando con el celular en uso son multados.

En el resto de los países, en tanto, la norma no ha sido prohibir sino advertir, y con tal fin se realizaron campañas para alertar al peatón sobre cómo preservar su vida y la de los demás.

En Australia, por ejemplo, la policía lanzó, hace unas semanas, una campaña en la vía pública para advertir a los jóvenes sobre el riesgo de cruzar la calle escuchando música: «Mira los autos cuando uses auriculares», se leía en los afiches que empapelaron Sydney.

Según explicaron autoridades policiales, lo que motivó el lanzamiento de esta campaña fue el alarmante aumento de muertes de jóvenes atropellados por cruzar la calle mientras escuchaban sus MP3.

También en Londres se llevaron adelante campañas de este tipo, mientras que en España el tema ha empezado ha preocupar a los especialistas en seguridad vial.

Los peatones que caminan con la cabeza gacha mandando mensajes de texto por sus celulares o aquellos que caminan escuchando música con sus auriculares tienen «entre un 30 y un 40 por ciento más riesgo de sufrir un accidente», indicó el presidente de la Fundación Española de la Seguridad Vial, Luis Montero.

Para el experto, además, el uso del celular es más peligroso que el de un reproductor de música, «porque hablar con otras personas supone un esfuerzo cognitivo, y ello afecta la observación del resto de las circunstancias». El aparente menor riesgo de un MP3, sin embargo, se incrementa porque «si bien sólo es necesario un esfuerzo receptivo -explica Montero- el tiempo de su utilización es mayor».

Por Adriana M. Riva
De la Redacción de LA NACION


Nuevos riesgos urbanos: el «peatón tecnológico»

febrero 11, 2008

El nombre Sean Weber poco dice a un lector común. Sin embargo, su muerte constituye el caso extremo de un nuevo fenómeno que preocupa cada vez más a las autoridades de algunas de las ciudades más pobladas del planeta: el peatón tecnológico, esa persona que camina por las calles conectada al mundo pero, paradójicamente, aislada del entorno que la rodea, al punto de convertirse en un verdadero peligro.

Weber era un joven norteamericano de 23 años que hace un año murió atropellado por un auto en el distrito neoyorquino de Brooklyn. Según trascendió, otro peatón que circulaba por la zona intentó advertirle, a los gritos, que un vehículo se aproximaba, pero Weber no lo oyó; estaba inmerso en la música de su iPod.

Su caso no es único. Entre septiembre de 2006 y enero de 2007, por lo menos otras dos personas murieron en Brooklyn por cruzar la calle distraídas por el uso de un aparato electrónico.

Estos casos llevaron al senador demócrata Carl Kruger a presentar, en febrero de 2007, un proyecto de ley que proponía multar con 100 dólares a todos aquellos peatones y ciclistas que cruzaran las calles de Nueva York utilizando un reproductor de MP3, un celular, una agenda electrónica o un videojuego.

«El gobierno tiene la obligación de proteger a la ciudadanía», alegaba en ese entonces Kruger para justificar su propuesta. «Estos dispositivos electrónicos no sólo son endémicos, sino que además están creando una importante crisis de seguridad pública. Lo que está sucediendo es que cuando la gente presta atención a su iPod, Blackberry, celular o videojuego camina contra ómnibus o autos», explicaba.

La propuesta, considerada excesiva por sus críticos, no prosperó. Pero el debate en torno al «peatón tecnológico» y los peligros que éste conlleva se instaló con fuerza no sólo en Estados Unidos, sino también en varios países del mundo.

El foco pasó así del riesgo del uso del celular entre los conductores al riesgo del uso de los teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos en peatones y ciclistas.

El problema de estos aparatos tecnológicos en la vía pública es que distraen a quienes los usan. Y, según coinciden expertos en seguridad vial, la falta de atención es un factor de riesgo muy alto. El peligro potencial, de hecho, ya quedó plasmado en una ley en Croacia, donde quienes son sorprendidos caminando con el celular en uso son multados.

En el resto de los países, en tanto, la norma no ha sido prohibir sino advertir, y con tal fin se realizaron campañas para alertar al peatón sobre cómo preservar su vida y la de los demás.

En Australia, por ejemplo, la policía lanzó, hace unas semanas, una campaña en la vía pública para advertir a los jóvenes sobre el riesgo de cruzar la calle escuchando música: «Mira los autos cuando uses auriculares», se leía en los afiches que empapelaron Sydney.

Según explicaron autoridades policiales, lo que motivó el lanzamiento de esta campaña fue el alarmante aumento de muertes de jóvenes atropellados por cruzar la calle mientras escuchaban sus MP3.

También en Londres se llevaron adelante campañas de este tipo, mientras que en España el tema ha empezado ha preocupar a los especialistas en seguridad vial.

Los peatones que caminan con la cabeza gacha mandando mensajes de texto por sus celulares o aquellos que caminan escuchando música con sus auriculares tienen «entre un 30 y un 40 por ciento más riesgo de sufrir un accidente», indicó el presidente de la Fundación Española de la Seguridad Vial, Luis Montero.

Para el experto, además, el uso del celular es más peligroso que el de un reproductor de música, «porque hablar con otras personas supone un esfuerzo cognitivo, y ello afecta la observación del resto de las circunstancias». El aparente menor riesgo de un MP3, sin embargo, se incrementa porque «si bien sólo es necesario un esfuerzo receptivo -explica Montero- el tiempo de su utilización es mayor».

Por Adriana M. Riva
De la Redacción de LA NACION


De matemáticas y comienzo de año lectivo.

febrero 10, 2008

(escrito originalmente en mi fotolog)

Y así, de un momento para otro terminan las vacaciones y otra vez hay que volver a repasar esos temas que alguna vez sabíamos a la perfección pero que nos los olvidamos en el camino.

Por ejemplo:
«Restringir el dominio y la imagen de una función para que resulte biyectiva.»

Yo me acuerdo que sabía cómo hacer eso (de hecho, aprobé el integrador). Pero ahora me lo olvidé, y veo el ejercicio resuelto pero no me acuerdo como repetirlo. No es feo cuando pasa eso?

No son feas las matemáticas?

Las matemáticas no tienen utilidad alguna más que hacerme la vida imposible (a mí y un par más). Pero en cuanto apruebe este final ya no tengo más matemáticas en toda la carrera, lo cual será un alivio (si eventualmente apruebo, que espero hacerlo). Esto me recuerda la razón por la que cambié de carrera: demasiadas exactas.

En un rato tengo que darle la última revisada al ingreso del Traductorado a Distancia. Sinceramente no sé como voy a hacer para poder llevar adelante dos carreras en simultáneo, pero estoy confiado de que algo bueno va a salir (o eso espero).

Por el momento, sólo queda ocuparme del final de matemática y otros dos más que me quedaron pendientes desde diciembre.


La verdad de la milanesa.. napolitana

febrero 2, 2008

Buscando diferentes recetas simples para cocinar (porque soy un principiante en la cocina aún), me crucé con esta historia de la milanesa a la napolitana. Me pareció interesante compartirla.

Son muchos los que creen que este plato procede de Italia, debido a que su nombre parece evocar las ciudades de Milán y Nápoles. Pero no. La famosa milanesa a la napolitana, hija del azar, es tan Argentina como alambre de púa, la lapicera o el registro de las huellas dactilares

El cliente llegaba a un restaurante ubicado frente al Luna Park apenas pasada la medianoche y pedía una milanesa. El mozo lo atendía –el mismo siempre cumplía la comanda con la cordialidad acostumbrada, sin hacerle notar que ya había anticipado la orden a la cocina con sólo verlo llegar. La escena se repetía, allá por los años 50, noche tras noche sin mayores sobresaltos hasta que un imprevisto modificó la secuencia y dio un giro sabroso a la historia de la milanesa.

Cierta noche el habitual comensal llegó más tarde de lo que acostumbraba, hizo su pedido y se entretuvo desmigajando un pancito. Un asistente, mas voluntarioso que hábil, tomó el lugar del cocinero que ya había concluido su servicio, con tan mala suerte que pasó de punto la fritura de la única milanesa disponible en el restaurante. Medio asustado y con ánimo de encontrar una solución rápida al asunto, consultó a don José Napoli, el dueño, quien le respondió: “No te preocupes lo vamos a arreglar. Tapa la milanesa con jamón, queso, salsa de tomate y luego la gratinás.”

Mientras el asistente ponía esmero en disfrazar la milanesa en la cocina, don José en el salón, se acercó al cliente y lo predispuso a probar algo nuevo y especial. En minutos el mozo llegó a la mesa con la fuente humeante, que provocó un placer inmediato en el comensal.

Así en tanto lo veía devorar su más reciente creación, Napoli se sentó en una de las mesas libres con el menú original, que por entonces se reproducía con gel en letras azules, y agregó al final de la lista, de puño y letra el nombre de su creación: Milanesa a la Napoli.

Con el tiempo, y esa habilidad que tiene la lengua para esculpir nuevas palabras, el plato fue rebautizado como “ milanesa a la napolitana”, se hizo popular y todavía hoy sigue presente en la carta de los bodegones bohemios y no tanto, en los restaurantes porteños y en los bares que ofrecen minutas.

Para Dereck Foster, titular de la cátedra de Alimentos y Bebidas de la Escuela de Turismo de la Universidad Del Salvador, que nos brindó la historia, el nombre desvirtúa el origen del plato, y sugiere una procedencia equivocada. Las palabras Milán y Nápoli presentes en el nombre remiten a muchos a considerar este hito de la cocina porteña como a un plato de procedencia italiano. Pero la verdad de la milanesa es otra.

¿A quién se le ocurre, además, que Milán y Nápoles –enemigos declarados en guerra cultural y económica que dividía al norte rico y al sur menos desarrollado de Italia-podrían prescindir de sus diferencias- para confraternizar en un plato….? Sólo a don José . A don José Napoli.

Fuente


«Pero vos querés un perfume!»: vendedores insistentes

agosto 25, 2007

Ayer a la tarde estaba caminando por el centro con una amiga y nos interceptó un vendedor (que al principio yo pensé que era un mago e iba a hacer un truco de magia, pero no); y mantuvimos la siguiente conversación:

Vendedor: – Hola chicos. De dónde son?
– Somos de acá. (respuesta que asegura -en general- que los vendedores te dejen tranquilo. No fue el caso.)
V: – Ahh que bueno *abre un bolso, saca un perfume* Ustedes son amigos, novios o algo más?
G: – No no, somos amigos nomás.
[…]
(Momento bizarro donde dijo algo como «Porque de la amistad al amor hay un solo paso» que prefiero ignorar.)
[…]
V: – Mirá que buen perfume que te ofrezco, porque yo sé que vos querés un perfume *le agarra la mano a mi amiga y le tirá perfume en la mano*. Y para que vos no te pongas celoso (??) *me agarra la mano y me tira otro perfume* te ofrezco este Calvin Klein.
V: – *a mi amiga* Pero vos no te preocupés, porque tu amigo va a pagar todo (?). Les dejo estos dos perfumes más estas cremas *saca unas cremas y nos las pone en la mano* por solo $30. No me pueden rechazar esta oferta.
G: – No pero estem.. no tengo plata.
V: – No pero vos querés el perfume! Dale compramelo.
G: – No pero no tengo plata, muchas gracias.

Fue muy gracioso ver lo insistentes que pueden ser estos vendedores. Aunque no me puedo imaginar cuántas ventas hacen por día, no se puede negar que no son insistentes; tan insistentes que dan ganas de no comprarles nada.

Y me quedé con las ganas del truco de magia.


«Pero vos querés un perfume!»: vendedores insistentes

agosto 25, 2007

Ayer a la tarde estaba caminando por el centro con una amiga y nos interceptó un vendedor (que al principio yo pensé que era un mago e iba a hacer un truco de magia, pero no); y mantuvimos la siguiente conversación:

Vendedor: – Hola chicos. De dónde son?
– Somos de acá. (respuesta que asegura -en general- que los vendedores te dejen tranquilo. No fue el caso.)
V: – Ahh que bueno *abre un bolso, saca un perfume* Ustedes son amigos, novios o algo más?
G: – No no, somos amigos nomás.
[…]
(Momento bizarro donde dijo algo como «Porque de la amistad al amor hay un solo paso» que prefiero ignorar.)
[…]
V: – Mirá que buen perfume que te ofrezco, porque yo sé que vos querés un perfume *le agarra la mano a mi amiga y le tirá perfume en la mano*. Y para que vos no te pongas celoso (??) *me agarra la mano y me tira otro perfume* te ofrezco este Calvin Klein.
V: – *a mi amiga* Pero vos no te preocupés, porque tu amigo va a pagar todo (?). Les dejo estos dos perfumes más estas cremas *saca unas cremas y nos las pone en la mano* por solo $30. No me pueden rechazar esta oferta.
G: – No pero estem.. no tengo plata.
V: – No pero vos querés el perfume! Dale compramelo.
G: – No pero no tengo plata, muchas gracias.

Fue muy gracioso ver lo insistentes que pueden ser estos vendedores. Aunque no me puedo imaginar cuántas ventas hacen por día, no se puede negar que no son insistentes; tan insistentes que dan ganas de no comprarles nada.

Y me quedé con las ganas del truco de magia.